Allá por los principios de junio me propuse que el verano sería el momento para comenzar a hacer cosas de robótica con Alicia, que está a punto de cumplir los nueve años. Y bueno, terminado el verano, es hora de hacer balance, ¿no? Las cosas han sido diferentes de lo soñado, pero pienso que ha sido positivo, después de todo. Al principio pensé que haríamos mas cosas…
Pero lo primero que ha aprendido algo (o mejor, recordado) he sido yo: el verano, para un niño, es tiempo de juegos. De aire libre, de playa, montaña, parques, o algún viaje… De juegos de toda la vida, de correr y cansarse en actividades que no estén planificadas, de horarios libres y pocas pantallas. Y debemos aprovecharlo como tal.
Verano es verano
¿Cómo decirle a una niña de ocho años que atendiera a una explicación de robótica o de iniciación a la programación con Bitbloq cuando abajo estaban sus amiguitas en la playa? ¿Cómo concentrarnos en calibrar un servo, cuando el termómetro marcaba 37 grados, y la vida y el sol bullían tras la puerta hasta casi las diez de la noche? Es antinatural, incluso. Al final nos alegramos de que la niña muchas veces terminara saliendo por la puerta a quemar el día.
A pesar de ello, logramos comenzar y terminar un proyecto. Para empezar por algún lugar, variamos un poco los planes que teníamos y optamos por un kit de Diwo llamado Renacuajo, y hemos logrado que al final ande, y que Alicia aprenda algunos rudimentos de este mundo: sensores, motores, placas, pines, sus funciones, cómo planear un programa simple…
En otro post hablaré con más tiempo de la experiencia. Ha sido muy buena, después de todo; y ahora que ya comienza a cambiar el tiempo, se perfilan los horarios, y nos mentalizamos para la nueva etapa del año, pienso que no ha estado mal. Alicia ha aprendió muchas cosas, y yo he recordado aquello que siempre tuve claro cuando tenía esa edad: el verano es el verano, y no me vengan con boberías.